La
himenoplastia
es una técnica quirúrgica que reconstruye el himen roto y devuelve la
virginidad. Se practica bajo anestesia local, dura alrededor de un
cuarto de hora y tiene un precio de aproximadamente 2.000 euros.
Los tres pasos de una operación para reconstruir el himen.
1. EL TEJIDO DAÑADO. La membrana que cubre la entrada a la vagina es
elástica y fibrosa. Su ruptura causa un ligero sangrado.
2. RECONSTRUIR LO DESHECHO. Se suturan los pequeños restos de himen
que hayan quedado, de forma que se vuelva a sangrar en el coito.
3. TOTALMENTE NUEVO. Se deja un pequeño orificio que permita la
salida de fluidos corporales. Los puntos se reabsorben en poco tiempo.
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Todo puede parecer una locura, pero es auténtico. Sucede en
Hollywood, donde el doctor Matlock desarrolla su especialidad:
reconstruir la vagina y aumentar o reducir los labios de ésta. Pero
también devuelve la virginidad y presume de multiplicar el placer
del punto G por medio de una inyección de colágeno llamada “G-Shot”. Ha
tratado a 51.000 mujeres, entre ellas estrellas de cine y
actrices porno, dispuestas a pagar hasta 13.000 euros por una “vulva
de diseño”.
“Sé lo que quieren las mujeres y lo que necesitan”, dice confiado
David Matlock. “Llevo más de 20 años hablando con ellas y las entiendo”.
No bromea. Este doctor de corta estatura, 45 años de
edad y mirada de predicador, no sólo está convencido de conocer los
secretos más íntimos del sexo femenino, sino que además confiesa haber
hecho desnudarse a más de 5i.000 mujeres a lo largo de
estas dos últimas décadas. ¿Magia? No. Años de estudio y mucha mano.
“Soy un artista”, asevera desde su despacho del Instituto de
Rejuvenecimiento Vaginal en Los Ángeles, colindante con Beverly
Hills, la zona más exclusiva de la ciudad. “Conozco la belleza e
intento reproducirla”, asegura sin parpadear este nativo de Saint Louis,
Missouri.
Si el lugar de encuentro fuera un bar de moda, se podría sospechar
que es un farsante o un seductor. Pero la funcionalidad y sencillez de
su despacho y su atuendo clínico certifican que lo que
dice va en serio. Sus especialidades son la ginecología y la
obstetricia. “Mi objetivo es habilitar a la mujer dándole la opción de
que pueda elegir”. Elegir una vagina nueva o una vulva de
diseño. Cierto. El doctor, que se graduó en Químicas y Medicina,
está especializado en la reconstrucción o modificación de los genitales
femeninos, ya sea por causas médicas o por capricho.
Aunque él matiza: “Si la paciente viene porque su marido, novio o
pareja lo quiere, no lo acepto”. En eso se muestra tajante. En su
consulta no se juega.
Como anécdota, recuerda un caso que requirió llamar a los encargados
de seguridad para que sacaran a la fuerza a una paciente fuera de allí.
“Vino de Hawai y quería una labioplastia”, comenta
sobre una mujer que organizó un barullo olímpico. La paciente, que
según el cirujano “aparentaba estar nerviosa y agitada”, quería reducir
el tamaño de sus labios menores. “Enseguida me di cuenta
que había algo que no estaba bien”. La mujer tenía buena pinta, no
precisaba ser operada. “Le dije que no hacía falta que se hiciera nada”.
Pero ella se obcecó. Matlock, cuyo apellido recuerda a
los mejores detectives de los años 40, revela que detectó un
problema psicológico en la paciente. “Estaba desequilibrada”, asegura.
Lo que pasó a continuación confirmó sus sospechas. La mujer
insistió una y otra vez en que le redujesen un poco de tejido
genital. Sin perder la calma, se negó en redondo. Entonces, la mujer le
“amenazó con no abandonar la consulta si no se lo hacía”.
Ofuscada con aquello de que “el cliente siempre tiene la razón”, la
mujer se agarró a su deseo. “Dijo que si no lo hacía yo, iría a buscar
una cuchilla y se lo cortaría ella misma”. Eso fue la
gota que colmó el vaso. Llamaron a los vigilantes de seguridad y se
la llevaron fuera de las instalaciones.
Casos como éste no son los que se encuentra el doctor en su práctica
diaria. “La mayoría de mujeres sabe exactamente lo que quiere cuando
viene a verme”, explica. Sin embargo, para aquellas
indecisas o que están todavía comparando precios, tiene un
muestrario de fotografías de antiguas pacientes con el “antes” y el
“después”. En una de las varias interrupciones durante la
entrevista, aprovecha para introducir en el despacho un par de
álbumes. Los abre y ¡voilà!, genitales para todos los gustos. Luego,
muestra un portafolios con explícitas fotos de mujeres
desnudas, arrancadas de alguna revista pornográfica. “Las traen las
propias pacientes,” asegura.
Cuenta que las mujeres de revista son, en definitiva, lo que
buscamos todos. Los hombres para fantasear en momentos de soledad y las
mujeres para utilizarlo como muestra. ¿Cuántos diseños tiene?
Matlock admite tener uno ideal, aunque evita desvelarlo. “Me baso
siempre en lo que me piden”, dice esquivando la pregunta. “Pero la
mayoría quiere la vulva de las chicas de Playboy”, confiesa.
En algunos casos hasta le han pedido que se lleve la foto a uno de
los dos quirófanos que posee en su consulta, para que se inspire. Se
justifica diciendo que fueron las mujeres de carne y hueso
–con una edad media entre los 20 y los 40 años–, con sus repetidas
solicitudes, las que le obligaron a tomarse Playboy en serio. A todo
esto, su novia seguramente tendrá que aguantar estoicamente
sin rechistar. “No dudo que para ella haya momentos que sean
complicados. Pero entiende que soy un profesional y que lo que hago es
mi trabajo”.
Pica la curiosidad por saber si alguna de estas chicas de Playboy se
ha acercado a la consulta para ser operada. “Ha venido alguna mujer que
se autoproclamaba modelo de desnudos”, confiesa sin
saber bien qué significa la expresión y que por decoro tampoco
quiere preguntar. En cambio, “hay otras mujeres que son más abiertas con
su trabajo en la industria del porno”. Vienen, o bien
porque empiezan y quieren mejorar la estética de su sexo para los
primeros planos, o porque se retiran y necesitan una reconstrucción
“para empezar una nueva vida con los genitales renovados”,
sugiere el especialista.
Sus tarifas no son, digamos, para gente amante de la ganga.
Rejuvenecer la vagina puede costar entre 5.300 y 6.300 euros. Un diseño
moderno y atractivo de esta parte del cuerpo supone un
desembolso algo menor. La operación que requeriría una mujer que
quisiera posar desnuda, alcanzaría una tarifa entre 3.000 y 5.500 euros.
También se ofrecen cirugías conjuntas que elevan el coste
hasta los 7.000. Si hay mucho trabajo por hacer –por culpa de una
genética caprichosa o la edad–, el montante se dispara hasta los 13.400
euros. A pesar de estos precios, seguramente se habrá
encontrado con esa vagina o esa vulva que es imposible de retocar:
“El cuerpo de la paciente puede que no tenga las características
perfectas para un resultado espectacular, pero siempre hay que
avisar de cómo va a quedar”, advierte el doctor, que tiene un
divorcio a sus espaldas y una hija adolescente que le ayuda los veranos
en los quehaceres administrativos de la oficina. “Sobre todo
hay, que ser realista.”
Realismo que intenta inculcar a sus pacientes. “Tengo que
explicarles a lo máximo que pueden aspirar”. Pero no por ello su
esfuerzo es menor. “Si para trabajar me traes barro o mármol, cambiaré
las herramientas, pero el resultado será el mismo”. Seguro que
alguien le ha pedido alguna barbaridad… Guarda un silencio breve. Casi
se oye a su cerebro buscando en el archivo de esas más de
50.000 mujeres un caso para la ocasión. Finalmente, esboza una
sonrisa: “Una vez vino una mujer que se parecía a Arnold
Schwarzenegger”. La mujer, con músculos hasta en las orejas, venía para
pedirle ayuda en un tema delicado. “Mire, doctor, mi clítoris es muy
largo y voluminoso”. La preocupación de esa culturista profesional era
que no quería que su hombre se enterara que estaba
utilizando esteroides. “¿Me puede quitar un pedacito de clítoris?”,
relata sin perder la sonrisa. “Quería que le cortara la porción del
centro y que luego le uniera los extremos. Le dije que
aquello era imposible”. Aprovechando esta coyuntura, uno se imagina
que quizás algún transexual le haya pedido asistencia técnica. “Algunos
han llamado para que les haga sus partes más bonitas”,
argumenta, “pero prefiero no hacerlo”.
Dado que su consulta está instalada cerca de Beverly Hills, es de
rigor preguntar sobre si hay famosas que hayan pasado por sus manos.
“Lógicamente”, declara orgulloso, “estamos en Hollywood”.
Sin embargo, reconoce que la mayoría de las estrellas que acuden lo
hacen para que les quiten la celulitis. A pesar de eso, no quiere dar
nombres. Es celoso de la identidad de las mujeres que
ocupan portadas de revistas. Lo que sí se atreve a decir es que ha
atendido a las esposas de cuatro presidentes de diferentes países.
También ha tratado a las mujeres de importantes dignatarios y
a las señoras de grandes empresarios. Una muestra más de que la
vanidad no tiene límites.
Vanidad, una palabra que en su consulta tiene matices. Cierto que
algunas pacientes se someten a una reducción labial, a la implantación
de un trasero a lo Jennifer Lopez, a dar volumen a los
labios mayores o a un rejuvenecimiento de vagina –que implica
estrecharla a gusto de la paciente– por motivos meramente estéticos.
Pero hay un grupo cuya visita no es más que pura necesidad.
Principalmente, las que quieren una himenoplastia. “Muchas pacientes
de Sudamérica y de Oriente Medio vienen para esto”, relata mientras su
tono se torna grave. Son mujeres que necesitan
recuperar su virginidad a toda costa, que me dicen, “doctor, tengo
que sangrar”. Mujeres que vuelven a sus países de origen obligadas a
casarse en matrimonios de conveniencia. La presión de la
familia y el entorno provocan que el peligro al que se exponen sea
enorme. “Doctor, no lo entendería. Me pueden matar”, le han llegado a
contar entre sollozos. Lógicamente, el galeno pone
especial énfasis en estos casos. Asegura que su procedimiento para
reconstruir el himen es infalible. “Tengo que conseguir que el
ginecólogo escogido por la familia del novio crea que la chica es
virgen. Engañar al marido es fácil. Al ginecólogo, un poco más
difícil”. ¿No se siente culpable por tener que jugar a este juego de
decepción? “Si el mundo fuera un lugar justo, no tendría que
hacerlo”.
A estrenar. Las estadounidenses se someten a este
proceso por otros motivos y habitualmente lo completan con un
rejuvenecimiento de vagina. “Son mujeres que han tenido varios
hijos y quieren volver a sentirse como si tuvieran 18 años”. Otras
lo hacen simplemente para satisfacer al marido o alguien especial. Es el
caso de Gloria, una nicaragüense paciente desde hace
varios años. Acaba de divorciarse y viene a que la dejen como nueva
con una himenoplastia. “Es el regalo de despedida”, dice riéndose.
Insinúa que hay un alto componente sexual en ser desvirgada
de nuevo. Matlock pone como ejemplo su método de rejuvenecimiento
vaginal: “Las que se lo hacen es porque quieren volver a disfrutar de
él”, celebra. “Las hago tan estrechas como quieren”. Si
tras la operación no quedan del todo satisfechas, vuelven a entrar y
se les da la “soltura” deseada.
Satisfacción es una palabra clave en este negocio. Para ello, el
cirujano cuida especialmente el postoperatorio y exige que sus pacientas
acudan a revisión una vez a la semana o cada i0 días. Es
primordial que para someterse a una operación de este tipo, el
cirujano sea un experto en la materia para evitar daños en los nervios
de las zonas más sensibles. “Un 60% de nuestras pacientes nos
visitan porque una amiga o conocida les ha recomendado nuestra
consulta”. Después de pasar por su láser mágico, se garantiza que en
seis semanas y con aislamiento absoluto de la zona, “quedan
como nuevas”, a pesar de los dolores que algunas sufren durante este
periodo. ¿Y qué pasa con las feministas? Al oír la palabra, respira
hondo y se toma su tiempo. “Si alguien viene y me dice que
la van a matar si no es virgen, otra vez debido a presiones
culturales o religiosas, toda esa responsabilidad recae sobre mí. Yo no
he creado la necesidad”, se excusa. “Las mujeres empezaron a
pedirlo. No creo que esté equivocado cuando he tratado a mujeres de
todo el país y de más de 30 países de todo el mundo. Incluida España, sí
señor”.
Además de médico, David es un consumado hombre de negocios. Ansioso
por retirarse en 2005, ha patentado sus técnicas secretas para crear “la
vagina Matlock”, según él la define, y tiene
profesionales repartidos por todo el mundo que le pagan un fijo por
utilizarlas a cambio de apoyo técnico y de consejo. “Generamos alrededor
de i0 millones de dólares al año”, comenta orgulloso.
Por si fuera poco, casi no tiene competencia. En Los Ángeles es el
rey. Su nueva creación se llama “G-Shot”, una inyección de colágeno en
el punto G que mejora la satisfacción y el placer de la
mujer durante las relaciones sexuales. Afirma que será una
revolución. Según su teoría, el misterioso punto G se encuentra a medio
camino entre el hueso púbico y el cérvix, aproximadamente entre
6 y 10 centímetros dentro de la vagina. “Yo no sabía que existía”,
se sincera una sorprendida Katia Neves, una sensual brasileña que lleva
dos meses disfrutando en la cama como nunca gracias a
este descubrimiento. “Voy a repetir”, asegura lamentándose de que el
efecto sólo dure unos meses. “Creo que son cuatro”, musita insegura.
Suerte que tiene a Matlock, un hombre que juega a ser
Dios con el beneplácito de las mujeres.
http://www.elmundo.es/magazine/2004/268/1100112431.html